8 de noviembre de 2011

Amor de juguete

Aquella tarde de octubre a esa repisa donde él, un tierno oso de peluche, había vivido por muchos años, llegó una hermosa muñeca con su vestido morado en prenses, zapaticos de charol y el pelo ensortijado finamente peinado.

Embelsado la miró por un largo rato, analizando cada detalle de su cara, sus labios, sus azules ojos, sus delicadas manos, sus espigados dedos... mientras pensaba, se fue perdiendo en cada onda de su pelo hasta que se topó con una pequeña flor que adornaba su cabeza.

Él se acercó un poco, intentaba ver más detalles del fino adorno que reposaba sobre aquellos hermosos bucles, hasta intentó hacerlo torpemente para que ella notara su presencia pero fue en vano... ella seguía ahí, inmóvil, sin percatarse de aquella mirada.

Una noche, mientras ella dormía, él se acercó suavemente y cambió su flor por una fresca que había cortado, pero al amanecer ella seguía sin moverse, sin hablar... sin mirarlo. Pasaron los días, y el oso de peluche, dejó de hacer cosas para que su hermosa muñeca lo viera, dejó de acercase tímidamente para rozar sus manos, dejó de intentar llamar su atención y solo atesoró su amor para siempre en su corazón...

Un día, en una fría tarde de noviembre, él se fue en brazos de una pequeña, solo volvió la mirada para despedirse con una mirada cómplice de su muñeca de repisa, deseando que, al menos una vez, ella levantara su ojos hacia él... pero como antes, nada pasó...

Un vacío extraño recorrió la habitación esa tarde... los colores comenzaron a tornarse grises y la muñeca reposaba sola, fría e inmóvil en aquella repisa. De repente sintió que algo había cambiado en ella... tocó su mejilla y sintió una cálida lágrima... Descubrió que las muñecas también lloran.

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