5 de noviembre de 2012

Despedida


En esta noche oscura, en la que ni la luna me acompaña, saldré a caminar por aquella playa que, alguna vez, recorrimos tomados de la mano bajo el sol. Se encuentra particularmente solitaria y fría.

A cada paso encuentro los sueños que marcamos en la arena en las tardes de verano, esos mismos que hoy lucen desfigurados por el ir y venir de las olas del invierno.

Me siento sobre la piedra que fue testigo de nuestros besos y en la que una vez escribiste "tu y yo" como señal de nuestra unión. Paso suavemente la mano sobre aquella marca y siento como la herida se abre lentamente mientras vuelven a mi memoria momentos de felicidad mezclados con algunos de tristeza.

Son tantos recuerdos, son tantas sonrisas... tantas lágrimas que poco a poco se han ido perdiendo con el soplar del viento.

Es tarde. Hace frío acá afuera y es tiempo de volver a casa. Antes de partir levantó mis ojos por última vez sobre el mar y, decidida, arrojo al agua lo que queda de este amor.

Ya me voy. Camino hacia adelante, sin mirar atrás. Pero mientras me alejo de esta playa, sobre la arena, agoniza un corazón que alguna vez se enamoró.

20 de enero de 2012

Promesas

Dijiste que no sería fácil y te creí...
Dijiste que me querías y te creí...
Dijiste que lo intentarías... y nuevamente confié en ti.
Prometiste no dejarme y paciente esperé.

Hoy, con los ojos llenos de lágrima, te veo alejarte dejándome con las manos llenas de promesas sin cumplir. Al marcharte, solo volteaste tu mirada para decirme... "volveré", pero ahora soy yo la que no cumpliré mi promesa de esperarte.

11 de enero de 2012

Callejón

Aquella noche él abrió los ojos de golpe, había tenido un espantoso sueño de una realidad que no quería recordar. Trató de incorporase, pero su cuerpo cansado permanecía aferrado al colchón de un pequeño catre en el que dormía; apretó los ojos una y otra vez, pero la oscuridad densa de la habitación no le permitía ver nada... no podía distinguir si seguía dormido o estaba despierto.

Miles de imágenes de aquel día fatal pasaban por su mente; movía de un lado a otro la cabeza tratando de disiparlas, pero aparecían cada vez con más fuerza y mayor claridad. Aún no podía recordar qué había pasado y los hechos eran confusos para él...

Lo que veía no era claro, iban y venía partes de su recuerdo y no podía distinguir ningún lugar, ningún color, ninguna persona...

De repente su cuerpo se estremeció.. había descubierto, entre tantas sombras, un rostro, una cara familiar... Ella estaba ahí. Al recordarla, comenzó a desesperarse, sentía cómo su corazón palpitaba, tan duro, que creía poderlo escuchar retumbando en las paredes corroídas por la humedad de la pequeña habitación.

Con su cuerpo empapado en sudor, y con el rostro de ella en su pensamiento, recordó de golpe qué había pasado... Todas las imágenes comenzaron a cobrar sentido: el callejón, la lámpara que prendía y apagaba intermitentemente, el mural de aquella pared... su cuerpo tendido sobre la empedrada calle...

Por un momento la habitación se llenó de un silencio ensordecedor y una imagen más apareció frente a él como una revelación: unos ojos brillantes y amarillos observaron todo...

Rápidamente, y venciendo todas las fuerzas que insistían en mantenerlo acostado, se incorporó y haló como pudo la cortina de la ventana para permitir que entrara la luz de la calle; un pequeño rayo entró por la vidriera e iluminó tenuemente la habitación, pero aquella lámpara seguía prendiendo y apagando sin detenerse... De repente, una imperceptible explosión dejó a oscuras el callejón...y fue así como descubrió que, aquellos sigilosos ojos de gato, aún continuaban mirándolo por entre la rendija...

23 de noviembre de 2011

En una tarde de lluvia

Una tarde de aquella en las que solo la lluvia está apoderada del cielo, en los que los colores se han convertido en una intensa gama de grises y en donde la niebla no te deja ver más allá de la punta de tus zapatos, me senté frente a la ventana a ver las gotas caer deslizadas por el vidrio hasta morir en un pequeño río que desbordaba al final del muro.

El viento frío se colaba por entre una pequeña abertura, silbando alegre, pero me helaba hasta los huesos. Un escalofrío recorrió mi espalda y quise tener a alguien a mi lado para abrazarme fuerte pero solo pude cerrarme la chaqueta y esperar... El clima no tenía intenciones de cambiar.

Seguía sentada frente aquella fría ventana que, poco a poco, comenzaba a empañarse por el calor de mi respiración aferrada a una taza de café caliente... Tenía tantas preocupaciones en mi cabeza, que solo pensaba en ellas, pero la melodía del viento y el agua golpeando el vidrio comenzaron a amenizar cada uno de los planes que se iban formando en mi cabeza.

Entre tanta divagación pensé en lo curioso que era ver correr a la gente cuando comenzaba a llover... como si el agua que del cielo cayera fuera alguna suerte de acido que, con el solo contacto, podría quemarte la piel... ¡pero no! ¡Era solo AGUA!... Sin pensarlo, solté la taza de café... me quité mis zapatos de tacón, me remangué el pantalón, desabroché mi chaqueta y, dejando de lado aquel poco gusto a mojarme los pies, salí a la calle...

A mi alrededor, todos corrían, sacaban su paraguas o buscaban algún techito cercano en donde escamparse hasta que pasara el aguacero; algunos, con un poco de rabia, miraban cómo los que iban en carro pasaban por los ríos de agua salpicando sus trajes... Y ahí, entre tantos, estaba yo, parada sin ninguna protección...

El agua comenzó a caer sobre mí, y en cada pedazo de piel descubierta, las gotas se fueron colando haciéndome estremecer. Un pequeño río que corría por la calle se colaba por entre los dedos de mis pies y el viento acariciaba dulcemente mi cabello. Poco a poco sentí como la lluvia se llevaba todas mis preocupaciones... una a una se iban escurriendo de mi pensamiento con cada gota y un sentimiento de tranquilidad me invadió. Ignoré a las personas que, desde sus resguardos, me miraban atónitos... y dispuesta a dejarlo todo atrás, comencé a bailar bajo la lluvia, con la plena certeza de que después de la tormenta siempre sale el sol.

16 de noviembre de 2011

Como las olas del mar

Hasta esa playa de su cuerpo ella había llegado una noche sin planearlo... pero, como las olas, llegaba a acariciarlo y luego, esquiva, se iba una y otra vez. En cada encuentro, él trataba de entrelazarla fuerte entre sus brazos, pero como agua, se desvanecía juguetona entre sus dedos.

Cada vez era igual, ella venía a besar su cuerpo y él acariciaba su piel, se fundían por un segundo para luego volver a empezar... Ella venía y se iba, él la besaba y la contemplaba extasiado intentando retenerla, pero un día, con el ir y venir, comprendió que entre el vaivén de cada ola, ella moría en sus playas para nacer de nuevo.

8 de noviembre de 2011

Amor de juguete

Aquella tarde de octubre a esa repisa donde él, un tierno oso de peluche, había vivido por muchos años, llegó una hermosa muñeca con su vestido morado en prenses, zapaticos de charol y el pelo ensortijado finamente peinado.

Embelsado la miró por un largo rato, analizando cada detalle de su cara, sus labios, sus azules ojos, sus delicadas manos, sus espigados dedos... mientras pensaba, se fue perdiendo en cada onda de su pelo hasta que se topó con una pequeña flor que adornaba su cabeza.

Él se acercó un poco, intentaba ver más detalles del fino adorno que reposaba sobre aquellos hermosos bucles, hasta intentó hacerlo torpemente para que ella notara su presencia pero fue en vano... ella seguía ahí, inmóvil, sin percatarse de aquella mirada.

Una noche, mientras ella dormía, él se acercó suavemente y cambió su flor por una fresca que había cortado, pero al amanecer ella seguía sin moverse, sin hablar... sin mirarlo. Pasaron los días, y el oso de peluche, dejó de hacer cosas para que su hermosa muñeca lo viera, dejó de acercase tímidamente para rozar sus manos, dejó de intentar llamar su atención y solo atesoró su amor para siempre en su corazón...

Un día, en una fría tarde de noviembre, él se fue en brazos de una pequeña, solo volvió la mirada para despedirse con una mirada cómplice de su muñeca de repisa, deseando que, al menos una vez, ella levantara su ojos hacia él... pero como antes, nada pasó...

Un vacío extraño recorrió la habitación esa tarde... los colores comenzaron a tornarse grises y la muñeca reposaba sola, fría e inmóvil en aquella repisa. De repente sintió que algo había cambiado en ella... tocó su mejilla y sintió una cálida lágrima... Descubrió que las muñecas también lloran.

13 de septiembre de 2011

Noche sin luna

En una noche oscura, en una noche sin luna, caminó sin rumbo por el malecón de aquella playa. Iba solitaria y con sus ojos ahogados en llanto. Llevaba una rosa negra que apretaba con fuerza mientras cada espina se clavaba en su delicada piel.

Tenía la mirada fija y perdida en el horizonte, mientras la olas reventaban con fuerza en el peñón, y el agua, desafiando al viento, limpiaba la roja sangre que bajaba por su brazo.

Decidida a olvidarlo, lanzó con fuerza la flor, esperando que el mar se llevara aquel profundo dolor que se le había clavado tan adentro la noche que él la abandonó, pero un terco soplido del viento la devolvió una y otra vez dejándola a sus pies.

Resignada se agachó una vez más a recogerla, pero no intentó lanzarla de nuevo... la tomó entre sus manos y la apretó aún con más fuerza que antes, mientras sentía cada espina atravesándole el alma y la sangre tatuando su dolor.

Se marchó... y entre la oscuridad de la noche desapareció.

Nadie sabe qué pasó esa noche... ni en la arena, ni en el mar quedó rastro, solo el tiempo dirá cómo será su desenlace, cómo será su final... pues ella lo sigue esperando y él sabe que no regresará.