23 de noviembre de 2011

En una tarde de lluvia

Una tarde de aquella en las que solo la lluvia está apoderada del cielo, en los que los colores se han convertido en una intensa gama de grises y en donde la niebla no te deja ver más allá de la punta de tus zapatos, me senté frente a la ventana a ver las gotas caer deslizadas por el vidrio hasta morir en un pequeño río que desbordaba al final del muro.

El viento frío se colaba por entre una pequeña abertura, silbando alegre, pero me helaba hasta los huesos. Un escalofrío recorrió mi espalda y quise tener a alguien a mi lado para abrazarme fuerte pero solo pude cerrarme la chaqueta y esperar... El clima no tenía intenciones de cambiar.

Seguía sentada frente aquella fría ventana que, poco a poco, comenzaba a empañarse por el calor de mi respiración aferrada a una taza de café caliente... Tenía tantas preocupaciones en mi cabeza, que solo pensaba en ellas, pero la melodía del viento y el agua golpeando el vidrio comenzaron a amenizar cada uno de los planes que se iban formando en mi cabeza.

Entre tanta divagación pensé en lo curioso que era ver correr a la gente cuando comenzaba a llover... como si el agua que del cielo cayera fuera alguna suerte de acido que, con el solo contacto, podría quemarte la piel... ¡pero no! ¡Era solo AGUA!... Sin pensarlo, solté la taza de café... me quité mis zapatos de tacón, me remangué el pantalón, desabroché mi chaqueta y, dejando de lado aquel poco gusto a mojarme los pies, salí a la calle...

A mi alrededor, todos corrían, sacaban su paraguas o buscaban algún techito cercano en donde escamparse hasta que pasara el aguacero; algunos, con un poco de rabia, miraban cómo los que iban en carro pasaban por los ríos de agua salpicando sus trajes... Y ahí, entre tantos, estaba yo, parada sin ninguna protección...

El agua comenzó a caer sobre mí, y en cada pedazo de piel descubierta, las gotas se fueron colando haciéndome estremecer. Un pequeño río que corría por la calle se colaba por entre los dedos de mis pies y el viento acariciaba dulcemente mi cabello. Poco a poco sentí como la lluvia se llevaba todas mis preocupaciones... una a una se iban escurriendo de mi pensamiento con cada gota y un sentimiento de tranquilidad me invadió. Ignoré a las personas que, desde sus resguardos, me miraban atónitos... y dispuesta a dejarlo todo atrás, comencé a bailar bajo la lluvia, con la plena certeza de que después de la tormenta siempre sale el sol.

No hay comentarios:

Publicar un comentario